¿Quieres ser mi amiga?
- Carmen Liñán Grueso
- 17 may 2022
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 20 may 2022

A lo largo de la vida, solo en contadísimas ocasiones encontramos a alguien con quien podemos compartir plenamente nuestro estado de ánimo, alguien con quien nos comunicamos a la perfección. Es una gran suerte, casi un milagro, hallar a esa persona. Seguro que muchas personas no la encuentran jamás.
La amistad no es eterna, ¿o sí?
Las amistades surgen durante etapas específicas de nuestras vidas. Una amistad nace y se mantiene cuando compartimos algo en común, por ejemplo, unos valores de vida, aficiones, ideas políticas o religiosas, hijos de la misma edad, etc… Al compartir tiempo, espacio y actividades con la otra persona, se va consolidando la relación de amistad. En función de la afinidad, se prolongará más o menos en el tiempo.

Las relaciones de amistad más sólidas se forjan en la escuela. Allí se hacen grandes amigos, que perduran muchos años después. Sin embargo, esto no impide que surjan nuevas y grandes amistades a lo largo de otras etapas de la vida; por ejemplo, durante los estudios superiores, cuando la personalidad está más asentada y nos cruzamos con personas que comparten otro tipo de intereses con nosotros. Lo mismo ocurre en el trabajo, donde pasamos una gran parte de nuestro tiempo y se fomentan relaciones de verdadera camaradería. A medida que maduramos nos conocemos mejor y, de esta forma, establecemos relaciones más sinceras con aquellos con los que conectamos con más intensidad.

La amistad forma parte de nuestras vidas; nace, crece y finaliza, a la par que nosotros mismos vamos madurando y cambiando. Aprender a aceptar las diferentes etapas por las que pasan nuestras relaciones con los demás, nos permitirá disfrutar más intensamente de estas, ya que sabemos que la amistad puede finalizar por diferentes motivos.
Al encontrarnos en constante cambio, es lógico que estas relaciones tengan un final en algún momento. Aceptarlo puede ser difícil, pero es importante entenderlo para seguir adelante.

Decía Aristóteles que “La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas.”
¿Cuánto dura una amistad?
No hay un tiempo definido ni limitado de antemano para una relación de amistad. Sin embargo, sí hay una explicación de porqué se acaban, se olvidan, se pierden en el pasado y permanecen solo en nuestros recuerdos.
Una amistad nace cuando se produce una coincidencia en nuestra escala de valores, en proyectos comunes, en aficiones o ideales y dedicamos tiempo a largas conversaciones con la otra persona, ya sea en un entorno laboral o lúdico. La amistad suele surgir en una etapa determinada de nuestra vida, y con frecuencia, la amistad finalizará cuando esta etapa se acabe.
Esta etapa se acaba cuando se produce un cambio, tanto por nuestra parte como por la de nuestro amigo/a y evolucionamos, maduramos, crecemos o simplemente nos adaptamos a nuevas circunstancias. No es necesario que se produzca un hecho traumático, una pelea o una discrepancia; a veces es tan simple como mudarse a otro barrio, cambiar a los niños de colegio o cambiar de trabajo. La mayoría de los cambios suelen atraer más cambios, por lo que a nivel de amistades ocurre algo parecido.
¿Qué se necesita para que la amistad dure?
Compartiremos nuestra vida con quienes vivimos valores comunes a los nuestros. Somos amigos porque hemos cruzado nuestros caminos en la vida y seguiremos siéndolo hasta que nuestros caminos sigan direcciones diferentes. Aun así, los amigos perduran en nosotros para siempre, por lo aprendido con ellos, por todo lo vivido y compartido. La amistad forma parte de nuestro crecimiento; sin ella, no sería posible evolucionar.
En ocasiones, esta evolución conlleva que cada uno siga su camino, su ritmo, su proceso y sus propios valores, poniendo fin a una etapa de amistad, que fue maravillosa mientras duró. Una etapa en la que aprendimos un poco más de las relaciones humanas y de nosotros mismos. Unos momentos que, sin duda, nos ayudaron a ser quienes somos hoy en día. Porque cada periodo de nuestra vida y cada persona que entra en ella, nos dejará huella y acabará formando parte de nosotros.
En todas las etapas de la vida, las amistades marcan una huella importante, tan profunda que no deseamos que se acabe nunca. Sin embargo, el final de las relaciones forma parte de la ley de la vida. Muchas relaciones de amistad se acaban sin ningún tipo de voluntad. De forma gradual, nos vamos alejando de aquellas personas con las que sentimos que ya no compartimos tantos buenos momentos. Dejamos de sentir esa compenetración y, casi sin darnos cuenta, un día pronunciamos la típica frase: “hace años que no sé nada de mi amigo”.
La amistad, como una planta o como las relaciones afectivas, también necesita tiempo, cuidados, interés, sinceridad y contacto. Además, las relaciones de amistad son muy importantes en la vida de cualquier persona. Las necesitamos para nuestra estabilidad emocional. La amistad nos llena, nos enriquece y nos hace crecer y madurar junto a quien compartimos nuestros sentimientos y experiencias vitales.

Se dice que los amigos de verdad pueden pasar largos periodos de tiempo sin verse o hablarse y, aun así, continuar siendo amigos. Como tú y yo. Reanudamos nuestra conversación en el mismo punto donde se quedó, aunque fuera hace años. No importa cuánto tiempo hace que no nos vemos, o lo lejos que vivimos la una de la otra. Entre tú y yo no caben el rencor ni las rencillas. Ambas entendemos que la vida es muy ajetreada y nuestro cariño siempre está presente. Cuando tenemos la oportunidad de estar juntas, no malgastamos nuestro tiempo echándonos en cara quién ha llamado más veces a la otra; simplemente disfrutamos de nuestra mutua compañía y compartimos ese tiempo juntas sin desperdiciar un minuto.
La vida te ha puesto en mi camino. A veces, tu sola presencia basta para arreglar un mal día. A veces, lo único que necesito es expresar en voz alta mis preocupaciones, miedos e incertidumbres y tú, con ese temple que te caracteriza, me haces café.

Ya sabes que no soy de llorar, pero he estado a punto muchas veces, contándote mis penas y mis alegrías.
Otras veces, soy yo quien hace café y tú quien habla.
Porque esto funciona así; hay una empatía recíproca que nos lleva a interesarnos mutuamente por nuestras cosas de una manera sincera, sin dobleces.
Me siento muy afortunada de que seas mi amiga.
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